miércoles, 22 de mayo de 2019

El lenguaje distintivo del ser humano - versión 2019


0. Conceptos de comunicación e información

   Este concepto de conversación como diálogo, aun cuando esté basado en informaciones, se alinea con el concepto de comunicación. Según Dominique Wolton (2010), producir información, acceder a ella e intercambiarla no es suficiente para comunicarse, porque la comunicación implica la relación: “no hay mensaje sin destinatario, pero la información existe, sin embargo, en sí misma. Nada parecido ocurre, por el contrario, con la comunicación. Esta sólo tiene sentido a través de la existencia del otro y el reconocimiento mutuo”.13  De manera similar, para López Cambronero (2002), comunicar es hacer al otro partícipe de algo, “convertirlo en algo cercano a mí en la medida en que participa de algo que hay en mí, aunque sólo sean pequeños e insustanciales hechos sin aparente importancia”.14
   El acto de informar puede definirse como la transmisión de mensajes construidos lingüísticamente que amplían el horizonte cognitivo de los destinatarios. Es, por ende, un acto unidireccional y supone, para el destinatario, un ‘estado’ (“se está informado o desinformado”); en el informar predomina el decir.
   La comunicación, en cambio, implica un proceso bidireccional, de intercambio de información que establece una relación social. Es, así, ‘fuente’ de instancias en las que, sobre la base del reconocimiento, se comparten ideas, interpretaciones y conocimientos. En la comunicación hay equilibrio entre el decir y el escuchar.
   Esta relación comunicativa, sostenida fundamentalmente por la necesidad humana de compartir,15 en el terreno de la convivencia democrática supone la libertad e igualdad de los protagonistas y, por lo tanto, la facultad del destinatario para “aceptar, rechazar, negociar la información”.16
   Mientras la información es jerárquica, la comunicación requiere, por su lado, aquella base de igualdad que se concreta en la simetría del reconocimiento recíproco en tanto interlocutores válidos debido su capacidad de aportar compartir datos, interpretaciones y experiencias relevantes.

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13 WOLTON, D., Informar no es comunicar, Gedisa, Barcelona, 2010, p. 47 [ed. ebook].
14 LÓPEZ CAMBRONERO, M., “Desinformación e información falsa”, en AGEJAS, J.A. y SERRANO OCEJA, F.J.
(eds.), Ética de la comunicación y de la información, Barcelona, Ariel, 2002, p. 84.
15 Cf. WOLTON, D., op. cit., p. 11.
16 Ídem, p. 47.

Texto tomado de:
Ure, M., Parselis, M., Coedo, N., (2012). Medios y periodistas argentinos en Twitter : ¿lógicas de la información en la en la red de la conversación? [en línea], pp. 5–6.
Ponencia presentada en XIV Congreso REDCOM “Investigación y extensión en comunicación : sujetos, políticas y contextos”, Universidad Nacional de Quilmes, Argentina, 28-30 junio. Disponible en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/contribuciones/medios-periodistas-argentinos-twitter.pdf


1. Dimensiones de la conversación 1

Comencemos por la caracterización de la conversación según sus diferentes dimensiones. En un plano estrictamente pragmático-lingüístico, la conversación se define como un intercambio ordenado de actos de habla. La corriente de la Conversation Analysis la iguala a un sistema de toma
de turnos como en las intersecciones de las calles de una ciudad –unos
automovilistas avanzan con luz verde mientras otros esperan detenidos
con luz roja, intercambiando luego de cierto tiempo los roles– (Sacks,
Schegloff y Jefferson 1974). Esta dinámica se cumple en una secuencia de
unidades –actos de habla–, en la que los interlocutores actúan a la vez
como hablantes y oyentes. Según Grice (1991) el objetivo de la conversación no se limita, sin embargo, a la simple transferencia recíproca de
significados, sino que su valor reside en la posibilidad de influenciar a los
otros y ser influenciado por ellos para dar lugar a la coordinación de acciones en pos de objetivos comunes. Así surge el problema de la acción
colectiva, al que Habermas (1999) responde con la teoría de la acción
comunicativa, argumentando que la participación en discursos prácticos
–acerca de las normas de acción– apunta a la obtención del consenso
de todos los involucrados. En esta dimensión pragmático-lingüística, la
conversación se perfila, más bien, como herramienta útil a la negociación
entre pretensiones de acción eventualmente en conflicto.


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2. Dimensiones de la conversación 2

En un plano hermenéutico, la conversación acontece como una
dinámica dialéctica de pregunta y respuesta en la que se fusionan los horizontes de los interlocutores, haciendo posible la comprensión del sentido
de lo dicho y del mundo que habitan. Para Gadamer (1997) la conversación presupone un lenguaje común y la disposición a ponerse en el
lugar del otro. En efecto, su esencia no reside en la actividad lingüística
emprendida por los sujetos, sino en la primacía de una pregunta que va
predisponiendo a la escucha y, así, conduciendo hacia la verdad del tema
(Caloca 2004). En esta misma dirección, Pareyson (1971) explicita que
el poder de la pregunta reside en su capacidad de hacer elocuente –y,
entonces, inteligible– aquello que se aspira comprender. En efecto, además de la responsabilidad por decir y escuchar, los interlocutores están
mutuamente implicados en la promoción de la expresión del otro, esto
es, en generar las condiciones para que ponga en común su experiencia.
Aquí, la conversación se perfila como acuerdo: diálogo en el que quedan
saldadas las rivalidades y, aun manteniendo las diferencias identitarias, se
proyecta un mundo de la vida compartido.


3. Dimensiones de la conversación 3

En un plano onto-ético, la conversación supone simetría relacional
y reconocimiento del otro como interlocutor válido, de quien se aprecian
su presencia, sus conocimientos y experiencias aun cuando estos puedan
resultar desacertados o inapropiados. Esto se justifica por el énfasis en
la relación entre los interlocutores, independientemente del lenguaje o
tema de conversación que los reúne. Para Buber (2006) la relación con el
otro es un principio constitutivo del yo, que logra desplegarse a sí mismo
–realizar su vocación histórica– a través del respeto atento a los demás.
La verdadera conversación, o diálogo en palabras de Buber, trasciende lo
estrictamente lingüístico y objetivo para instalarse en el ámbito del ser;
se desprende de toda instrumentalización y uso estratégico del lenguaje;
acontece como encuentro interhumano, bajo la condición de la reciprocidad. Por ese motivo, no es posible pronunciar tú con los labios si no se
lo hace con el ser entero (Buber 2006), esto es, si no se asume la propia

responsabilidad frente la interpelación del otro, quien dirigiéndose a mí
reclama una actitud de interés y escucha. Aquí, la conversación es simple
reconocimiento de la humanidad del otro, donación de sí mismo e involucramiento, aceptación y receptividad.
La variedad de definiciones de la conversación evidencian que no
se trata de un concepto unívoco, aunque tampoco parece conducirnos
a una plena equivocidad. Las tres perspectivas mencionadas indican que
durante la conversación se produce cierto acercamiento, que es una actividad que requiere la intervención de los sujetos en calidad de hablantes
y de oyentes, y que es posible compartir un sentido que consienta la
construcción de un mundo habitable para los participantes. Se distinguen,
en cambio, por el nivel de densidad relacional intersubjetiva que revelan:
pragmática, hermenéutica, ética.



Tomado de:
Ure, M. (2015). El imperativo ético de la conversación en la comunicación digital. Memorias Eje Temático 3 del XV Encuentro FELAFACS (Medellín, Colombia, 5-7 octubre), 2791-2803. Disponible en: http://felafacs.org/wp-content/uploads/2015/11/Memorias_Felafacs.pdf. ISSN: 2463-1574.



    4. La alianza humana: silencio y palabra

Escrutaremos brevemente realidades como el silencio, la invocación y la respuesta a ella, la imagen y el conocimiento.
La primera dimensión del lenguaje es, paradójicamente, el silencio, dimensión «previa», se podría decir, a todo to­mar la palabra y subyacente a todo efectivo proceso de ha­bla. Presenta éste un doble aspecto: por una parte, precede y espera a la palabra - el silencio es lo que hay cuando no hay palabra-; se identifica entonces con la escucha cuando, en el silencio, el oído acecha un ruido, una voz, una palabra. El segundo silencio, por su parte, es el de discernir una palabra que efectivamente se nos dirige: reconocimiento de la per­sona que habla, recepción del contenido de lo que dice, eva­luación de la respuesta que hay que darle… antes de que sur­ja el riesgo de la respuesta recíproca, que genera, a su vez, un silencio de comunión penetrado todo de acuerdo.
La palabra se presenta, pues, en primer lugar, como rup­tura. Tal ruptura tiene que tener lugar, o sea, tiene que haber un acontecimiento de palabra; si no, el silencio quedará sien­do una espera nunca colmada y dejará al hombre en la in­quietud; o bien, poco a poco, engendrará la renuncia a espe­rar, de modo que se halle la paz en la identificación de uno consigo mismo, como resultado de una ascesis humana. El hecho de la palabra, en cambio, descubre el lugar antropológico y teológico de la escucha -atento el oído a que el silencio se rompa- y de la respuesta -como acogida y obe­diencia-. Y se dan luego diversos niveles en la ruptura del silencio. Aquí distinguiré dos: el de la proposición de una alianza, en la cual la palabra que se nos dirige manifiesta una apertura a mí, el interpelado; y tal invitación tiende a que se haga un camino en común y apunta hacia un cumplimien­to, cualquiera que sea. Y el de la nominación ideal, sin la cual la palabra no se dirige a nadie. Llamar a alguien por su nombre en un acto de habla es constituirlo como persona, en cierto modo antes de pedirle ni ofrecerle nada.
La invocación implica a la totalidad del hombre, inclui­do su cuerpo, a la vez debido a que la imagen del cuerpo del otro va implicada en la palabra que se le dirige -ya que los dos cuerpos que hablan definen, por las palabras que inter­cambian, un espacio concreto entre ambos-, y porque allí donde los cuerpos intervienen se esboza una aventura.
Así pues, toda palabra es acontecimiento, aventura, dra­ma. Acontecimiento, en la medida en que nada puede expli­car de modo enteramente racional el hecho de la interpela­ción, que es el inicio de un diálogo. Aventura, en la medida en que esta invocación corre el peligro de la respuesta o de la no-respuesta que reciba. Drama, porque tanto para el que invoca como para el que oye, hablar o escuchar implica el riesgo de desplazarse un trecho para encontrarse al otro que habla, el cual es diferente de nosotros y no dice lo que noso­tros habríamos imaginado. Toda escucha implica una ruptu­ra mental y corporal que, paradójicamente, instaura sentido. Creo que este drama es aquello a lo que apunta el psicoaná­lisis cuando habla de una «castración», de la que detalla una serie de etapas inevitables: oral, anal, edípica. Resalta así un dato irrecusable: no se intercambian palabras sin morir a al­go para resurgir en otro lugar y de otra manera. Hay esto en toda alianza, al margen de toda fatalidad y antes de cuanto se calificaría de «pecado». Para ser ella misma, la palabra debe hacer el efecto de un descentramiento tanto en quien la diri­ge —y así acepta salir de sí-, como en quien la acoge —y así acepta modificar su existencia según esa palabra—. De este modo, en el horizonte de todo proceso de habla se perfila lo que cabría dominar la «esencia del sacrificio».


Tomado de Ghislain Lafont OSB, La Sabiduría y la profecía. Modelos teológicos, Salamanca, Sígueme, 2007; 94-96.